La buena redacción y efectividad de un contrato o acuerdo de voluntades entre dos o más partes no es proporcional tanto a su extensión o la calidad del lenguaje técnico que se utilice, factores que claro, resultan importantes, sin embargo, la claridad, naturalidad y exactitud con que haya sido descrito su contenido resulta de mayor trascendencia, es decir, sus cláusulas o términos contractuales, de tal suerte, que cualquier persona pueda entender razonablemente lo que las partes intervinientes quisieron decir y, especialmente, cuáles son los derechos y obligaciones que a cada uno le corresponden. La omisión de esta simple premisa puede traducirse en una serie de consecuencias desagradables y por supuesto indeseables.

Exigir que las relaciones comerciales y de negocios sean plasmadas en papel no implica ser descortés o desconfiado, pues el ejercicio del derecho a entender con claridad las obligaciones y deberes a que nos estamos sometiendo, así como las facultades o derechos que deseamos ejercer puede evitar a tiempo errores involuntarios de redacción u omisiones inconscientes, que a futuro podrían tener consecuencias desagradables.